
Mi historia con el bullying: de la desvalorización a la alquimia interior
Desde el abuso hasta la sanación espiritual y el amor propio profundo.
SOBRE MÍ
> Muchas veces pensamos que el bullying comienza en la escuela. Pero lo cierto es que sus raíces suelen nacer mucho antes… en casa.
Allí donde empezamos a sentirnos invisibles, a dudar de nuestro valor, y a callar lo que nos duele por miedo a no ser escuchados alimentado por adultos que también sufrieron esas heridas y que nunca las trataron y que por lo tanto repitieron patrones ancestrales.


Mi historia con el bullying no empezó en un aula, sino con una mudanza forzada, una separación inesperada y la noticia de que mi familia se dividiría sin que nadie me lo explicara, ni me preparara para ello.
Tenía solo seis años cuando mi mundo se partió en dos y la familia que tenía se había destruido.
Mi madre, mis dos hermanos y yo, nos mudamos a Entre Ríos una provincia de Argentina, mientras que mi padre y mi hermana se quedaron en Buenos Aires. Y así, sin saberlo, comenzó mi historia con la desvalorización.
Era una niña con rayos X en el alma.
Veía más de lo que me decían. Sentía lo que los adultos no sabían nombrar. Y eso, en un entorno donde los niños no eran considerados sujetos emocionales, sino casi objetos sin voz… se convirtió en una amenaza.
Ese cambio abrupto —sin preparación, sin contención, sin amor visible— dejó una herida profunda: la de no importar, la de no tener derecho a saber ni a sentir.
Allí empezó la herida de baja autoestima que me traería un trastorno alimenticio, que como consecuencia luego se manifestaría como bullying escolar… pero que ya venía germinando mucho antes y con otros sucesos conjuntos que si venis del anterior posteo sobre el rechazo, sabrás a que me refiero.




Con el tiempo, volvimos a Buenos Aires. La familia se reunió, solo para fracturarse de nuevo. Mis padres se divorciaron, mis hermanos se fueron.
Y yo seguía sola.
Seguía sufriendo.
Seguía sin entender que pasaba porque nadie me explicaba nada.
El bullying continuó, pero yo ya no luchaba. Me había resignado.
Acepté que por mas que hiciera lo que hiciera nadie me escuchaba y validaba,
soportando la carga en silencio cayendo en un pozo sin fin...
Hasta que cumplí 13 años y muchas cosas que pasaron que propiciaron
un cambio favorable, algo en mí comenzó a cambiar: empecé terapia y
tratamiento nutricional. Ese fue el primer rayo de luz para sanar físicamente
y algunas heridas emocionales. Y aunque no fue lo suficientemente profundo como
para ayudarme a perdonar y encontrar la raíz, si pude lograr estabilizarme.
Cosa que con años, luego de un arduo trabajo espiritual entendí que lo que vivía
no era casual ni personal… Sino el reflejo de una herida colectiva.
Comprendí que quienes me agredían también estaban rotos.
Que el bully también venía de hogares sin amor, con exigencias absurdas, con adultos desconectados de su propia alma, de su propio corazón y de su esencia.
Encontrando patrones donde observaba que tenían una energía masculina desequilibrada, aprendida como escudo para no sentir y controlar algo muy similar a lo que yo viví, pero en la oposición.
En la escuela, el escenario se volvió físico: insultos, golpes, aislamiento. Grupos de niños contra una niña.
Yo.
Y, aunque me defendía con uñas y dientes, las autoridades no hacían nada. El silencio de los adultos fue tan cruel como los ataques de mis pares. Castigaban mi reacción, mi defensa, pero ignoraban la agresión, dejando impune a los agresores. Así desarrollé desconfianza hacia toda figura de autoridad. Me forzaron a madurar, a cuidar el mundo emocional de los adultos, a callarme, a aguantar.
Toda esa desprotección, todo ese abuso, marcó mi cuerpo y mi infancia y parte de mi adolescencia. Cuando contaba lo que me pasaba, en casa me llamaban “niña complicada”, me decían que debía bajar de peso y quererme más, cuando ni siquiera ese era el problema raíz…
Pero algo si quedaba resonando en mi interior y era la maldita pregunta, ¿cómo amarme cuando nunca fuí tratada con amor y respeto verdadero?

Y entonces dejé de ver enemigos…
Y empecé a ver espejos.
No fue fácil.
Tuve que atravesar años de rencor, odio, deseos de venganza.
Pero ese fuego se convirtió en discernimiento.
Y ese discernimiento, en sanación.
Dejé de enfocarme en cambiar al otro.
Y me dediqué a repararme a mí.
A cuidar mi cuerpo. A sanar mi alma. A abrazar mi historia.
Hoy, después de todo, amo profundamente mi cuerpo.
No porque sea perfecto, sino porque es un guerrero donde cada marca, textura o cicatriz me muestra que sobrevivió a sus épocas mas oscuras y aún así me sostuvo y acompañó incondicionalmente!
Y ese amor me encontró con consciencia, con paz y con suavidad. Me tengo paciencia, continúo sanandome con amor, porque sé que eventualmente todo que haya hecho, se acomodará en tiempo perfecto.
Así es como en esa búsqueda fuí y voy encontrando la respuesta de como amarme a mí misma, de como tratarme sanamente, de como cuidarme, sin esperar nada de afuera, dándome todo lo bueno a mí.



Me valido yo
Me abrazo yo.
Y elijo amarme como un acto de libertad.

A vos que estás leyendo esto, te digo:
Tu cuerpo te ama. Tu alma está viva. Tu historia importa.
Y no estás acá por casualidad.
No intentes cambiar a los demás para sanar…
Empezá por vos.
Porque ahí es donde comienza todo.
Con amor infinito,
Sha Sha UK
Ups! Por ahora no hay mas post...
Peero si querés estar al tanto cuando suba una nueva. Podés Suscribirte al Newsletter! Es gratis y te avisa cuando subo nuevo contenido y novedades.


@AndroSirio todos los derechos reservados ©